Ancianos cardiópatas: cómo saber si están malnutridos y cómo tratarlos

La malnutrición en adultos mayores es un problema clínico de gran relevancia, con serias consecuencias físicas, cognitivas, funcionales y sociales. Este artículo ofrece un análisis exhaustivo de los factores epidemiológicos, fisiopatológicos y sociales implicados, así como un enfoque sistemático para su diagnóstico, prevención y tratamiento, con el objetivo de proporcionar una guía integral basada en evidencia para el abordaje de esta condición en el adulto mayor.

Prevalencia y contexto epidemiológico

La prevalencia de malnutrición en adultos mayores varía según el entorno de atención, el país y los criterios diagnósticos utilizados. La evaluación mediante la Mini Nutritional Assessment indica una prevalencia aproximada del 3% en adultos mayores que viven en la comunidad, 22% entre pacientes hospitalizados y cerca del 30% en residentes de instituciones como hogares de cuidado o centros de rehabilitación. En entornos comunitarios con recursos limitados, esta prevalencia puede alcanzar hasta un 18%. Estudios que utilizan los criterios diagnósticos de la Global Leadership Initiative on Malnutrition (GLIM) reportan una prevalencia del 7% al 13% en la comunidad y hasta un 50% en pacientes hospitalizados, con cáncer, insuficiencia cardiaca o en rehabilitación geriátrica.

Factores etiopatogénicos

La malnutrición en el adulto mayor es usualmente multifactorial, involucrando:

Cambios fisiológicos del envejecimiento

La anorexia del envejecimiento se debe a alteraciones en los mecanismos de regulación del apetito, señales gastrointestinales y control hipotalámico, reduciendo la sensación de hambre y prolongando la saciedad. La disminución del olfato y gusto agrava esta condición, lo que puede predisponer a una ingesta insuficiente.

Deterioros físicos y funcionales

Problemas de salud oral, disfagia, y limitaciones motoras (por artrosis o accidentes cerebrovasculares) dificultan el acceso y consumo de alimentos. Esto incluye dificultades para masticar, tragar, preparar alimentos o realizar compras.

Alteraciones cognitivas y psiquiátricas

La demencia, el delirium y la depresión reducen la ingesta calórica y pueden aumentar el gasto energético (por ejemplo, por deambulación). Además, trastornos de conducta y alimentarios como la anorexia nerviosa, aunque raros, deben considerarse.

Enfermedades y medicamentos

Las enfermedades agudas y crónicas, especialmente las inflamatorias, alteran el apetito, aumentan los requerimientos nutricionales y afectan la absorción de nutrientes. La polifarmacia es frecuente y muchos fármacos tienen efectos gastrointestinales adversos.

Factores sociales y económicos

El aislamiento social, la soledad, el duelo, la pobreza, y la falta de apoyo para la preparación de alimentos impactan negativamente en la alimentación. En hospitales y residencias, la calidad de la atención nutricional es un factor clave.

Factores dietéticos

Dieta inadecuada, restricciones innecesarias, omisión de comidas, y consumo elevado de alcohol pueden comprometer la ingesta calórica y de nutrientes esenciales.

Diagnóstico de la malnutrición

El diagnóstico se realiza según los criterios de GLIM, que incluyen tres criterios fenotípicos (pérdida de peso, índice de masa corporal bajo y masa muscular reducida) y dos criterios etiopatogénicos (baja ingesta o malabsorción y presencia de inflamación). Para confirmar malnutrición, se requiere al menos un criterio de cada grupo.

En mayores de 70 años, un índice de masa corporal menor de 22 indica malnutrición y menor de 20, malnutrición severa. La herramienta más validada para el cribado es el Mini Nutritional Assessment-Short Form, donde una puntuación menor de 12 indica riesgo de malnutrición.

Diagnóstico diferencial

Debe diferenciarse de sarcopenia (pérdida acelerada de masa y función muscular), que comparte mecanismos y consecuencias. También de la caquexia, común en enfermedades inflamatorias o terminales, donde la pérdida de peso es severa y la respuesta a la nutrición es limitada.

Estrategias de prevención y tratamiento

Principios generales

Las intervenciones deben ser preventivas, individualizadas y comprensivas. La detección temprana es clave. Se recomienda una evaluación geriátrica integral para identificar causas y planificar el tratamiento.

Objetivos terapéuticos

Se deben definir objetivos de ingesta calórica y proteica, así como de peso corporal y composición. El objetivo general es cubrir las necesidades energéticas, mejorar o mantener el estado nutricional y funcional, y reducir complicaciones.

Ingesta nutricional recomendada

Se recomienda una ingesta de 30 kcal/kg/día y al menos 1 g de proteína/kg/día, ajustando según estado clínico, actividad física y tolerancia. Las dietas inferiores a 1.500 kcal/día requieren suplementación. La vitamina D debe suplementarse en pacientes con riesgo, a una dosis de 1.000 UI diarias.

Intervenciones nutricionales

Se debe comenzar con intervenciones orales, mejorando la dieta habitual mediante fortificación con alimentos ricos en nutrientes. Los suplementos nutricionales orales están indicados cuando la dieta no cubre los requerimientos, y deben adaptarse al paciente.

En casos necesarios, se puede recurrir a nutrición enteral o parenteral, siempre que haya pronóstico favorable y tras valoración individual. La nutrición artificial no está indicada en etapas terminales de la vida.

Intervenciones complementarias

Incluyen asistencia en la alimentación, ambiente agradable durante las comidas, acompañamiento, actividad física para estimular el apetito y conservar la masa muscular, y educación nutricional para cuidadores y pacientes.

Modelos etiopatogénicos y herramientas diagnósticas

El modelo Determinants of Malnutrition in Aged Persons (DoMAP) clasifica los factores etiopatogénicos en tres niveles: mecanismos centrales (ingesta baja, biodisponibilidad reducida y requerimientos elevados), factores directos e indirectos. Este modelo, aunque aún no validado, puede ser útil como guía clínica.

Incertidumbres y necesidades futuras

La falta de consenso en los criterios diagnósticos anteriores a los GLIM ha limitado la comparabilidad de estudios. Se requieren ensayos clínicos bien diseñados en poblaciones bien definidas. Además, es necesario mejorar la formación en nutrición de los profesionales de la salud y garantizar recursos adecuados.

Conclusión

La malnutrición en adultos mayores es un síndrome geriátrico prevalente, complejo y con importantes repercusiones clínicas y funcionales. Su abordaje requiere un enfoque integral, preventivo e individualizado, con intervenciones basadas en evidencia que incluyan tanto estrategias nutricionales como de soporte. La detección temprana, el uso de herramientas diagnósticas adecuadas y la colaboración interdisciplinaria son esenciales para mejorar los resultados en salud de esta población vulnerable.

Referencias:

  1. N Engl J Med. - Malnutrition in Older Adults
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