Este análisis de tendencias a 35 años describe cómo ha evolucionado la insuficiencia cardíaca (IC) en adultos en EE. UU., con especial atención a prevalencia, factores de riesgo y carga en salud. El número de personas con IC casi se duplicó en términos absolutos, impulsado por el envejecimiento poblacional, mientras el porcentaje ajustado por edad permaneció estable. En paralelo, el perfil de riesgo cardiometabólico cambió de forma notable: menos hipertensión e hipercolesterolemia no controladas y menos antecedentes de infarto, pero más obesidad, disglucemia, diabetes y enfermedad renal crónica. Estos cambios se acompañaron de descensos de mortalidad cardiovascular y por cualquier causa, parcialmente contrarrestados por un incremento de la mortalidad no cardiovascular, y de mejoras percibidas en salud y función física, con persistencia de limitaciones laborales.
Mensajes clave
- Prevalencia bruta de IC: de 2,1% (3,3 millones) en 1988 a 3,0% (7,4 millones) en 2023; aumento relativo del 43% (IC95%:8%-91%).
- Prevalencia ajustada por edad: prácticamente estable (2,9% a 3,0%), lo que indica que el incremento absoluto se explica por el envejecimiento.
- En personas con IC: obesidad de 32,5% a 60,4% (PR:1,86); disglucemia por HbA1c de 48,6% a 69,2% (PR:1,42); diabetes de 21,2% a 36,2% (PR:1,71); enfermedad renal crónica de 38,6% a 52,3% (PR:1,35).
- Descensos marcados en medidas actuales de: presión arterial elevada (80,7% a 49,1%; PR:0,61), hipercolesterolemia total (71,5% a 22,6%; PR:0,32) y antecedentes de infarto de miocardio (59,3% a 42,1%; PR:0,71).
- Mortalidad: disminución de la cardiovascular y de la total; la mortalidad no cardiovascular aumentó, atenuando la mejora global.
- Función y calidad de vida: mejoría de la salud percibida y de la capacidad física; continúan las dificultades para trabajar.
Resultados principales
Prevalencia de IC. El porcentaje de adultos con IC aumentó en términos brutos del 2,1% al 3,0% entre 1988 y 2023, lo que supone pasar de 3,3 a 7,4 millones de personas. Tras ajustar por edad, la prevalencia se mantuvo prácticamente sin cambios (2,9% a 3,0%), subrayando que la mayor carga absoluta se debe al envejecimiento poblacional más que a un aumento del riesgo individual con el tiempo.
Hipertensión (medida actual). La proporción con presión arterial elevada descendió del 80,8% al 49,0% (PR:0,61), con reducciones tanto en estadio 1 como en estadio 2; el descenso se estabilizó a partir de 2010. Paralelamente, creció el uso de fármacos de base en IC e hipertensión: ACEI/ARB de 9,2% a 54,7% (hasta 2020) y betabloqueantes de 6,2% a 71,7%, sin cambios apreciables en diuréticos tiazídicos o calcioantagonistas.
Lípidos. La hipercolesterolemia total basada en medición actual cayó del 71,5% al 22,6% (PR:0,32). Entre 1988 y 2020 también disminuyeron el LDL-C severamente elevado (29,8% a 6,5%; PR:0,22) y la hipertrigliceridemia (28,7% a 13,2%; PR:0,46).
Glucosa. La disglucemia por HbA1c (prediabetes o diabetes) aumentó del 48,6% al 69,2% (PR:1,42), con un incremento claro de la diabetes (21,2% a 36,2%; PR:1,71) y cambios no significativos en prediabetes. El uso de fármacos hipoglucemiantes aumentó a lo largo del periodo.
Obesidad y adiposidad central. La obesidad en IC creció del 32,5% al 60,4% (PR:1,86), con ascenso notorio de la clase III (5,9% a 20,7%; PR:3,49). La adiposidad central global se mantuvo muy alta, pero con desplazamiento hacia formas más severas: la adiposidad central marcada aumentó del 43,9% al 72,5%, mientras descendió la leve-moderada.
Enfermedad renal crónica. La prevalencia pasó del 38,6% al 52,3% (PR:1,35). En 1988–2020, el descenso de la tasa de filtrado glomerular (<60 mL/min/1,73 m²) aumentó del 22,9% al 29,7% y la albuminuria del 23,9% al 34,7%.
Infarto previo. Los antecedentes de infarto de miocardio descendieron del 59,3% al 42,1% (PR:0,71), contribuyendo a un perfil menos aterotrombótico entre quienes viven con IC.
Tratamiento de base en IC. Entre 2001–2020, el 75,1% de los pacientes recibió al menos uno entre betabloqueantes, antagonistas del receptor mineralocorticoide o ACEI/ARB/sacubitrilo/valsartán; considerando únicamente betabloqueantes con eficacia demostrada, el 71,2% estuvo en tratamiento.
Carga en salud y mortalidad. A lo largo del periodo analizado disminuyeron la mortalidad cardiovascular y la mortalidad total entre personas con IC, aunque el aumento de muertes no cardiovasculares amortiguó parte del beneficio global. En paralelo, mejoraron la salud autopercibida y la función física; sin embargo, las limitaciones laborales persistieron.
Comparación con quienes no tienen IC. Varias tendencias favorables (menor proporción con presión arterial elevada e hipercolesterolemia, y menos infarto previo) fueron más pronunciadas en IC, mientras que el aumento de obesidad fue también más marcado en este grupo.
Relevancia clínica
- El envejecimiento explica el aumento del número total de casos: la demanda asistencial seguirá creciendo aunque el riesgo individual no haya aumentado.
- El eje cardiometabólico-renal (obesidad, diabetes, función renal) domina el perfil actual de riesgo de la IC y condiciona pronóstico y manejo.
- La mejoría del control de presión arterial y lípidos evidencia impacto de terapias y de la prevención secundaria, pero no compensa la inercia de la obesidad y la diabetes.
- La mortalidad no cardiovascular gana peso relativo, obligando a una visión más amplia del riesgo en IC.
Aplicación práctica
- Identificación y manejo intensivos de obesidad. Priorizar la pérdida de peso, especialmente en obesidad clase III y con adiposidad central marcada, con abordajes estructurados y multidisciplinares.
- Diabetes y disglucemia. Objetivar HbA1c y detectar precozmente progresión a diabetes; optimizar el control glucémico en coordinación con Endocrinología cuando sea necesario.
- Función renal. Monitorizar de forma sistemática la tasa de filtrado glomerular y la albuminuria para ajustar fármacos y detectar progresión de enfermedad renal crónica.
- Optimización terapéutica cardiovascular. Revisar adherencia y dosis de betabloqueantes y ACEI/ARB; considerar sacubitrilo/valsartán cuando esté indicado; mantener el control lipídico intensivo.
- Prevención y cribado de causas no cardiovasculares de muerte. Potenciar vacunación, cribado oncológico y abordaje de comorbilidades respiratorias, hepáticas y renales.
- Función y participación laboral. Incorporar evaluación de limitaciones funcionales y necesidades de rehabilitación y apoyo social-laboral.
Impacto en la práctica clínica
El retrato actual de la IC exige redirigir el foco asistencial hacia el control integral cardiometabólico y renal, sin relajar el tratamiento cardiovascular estándar. Los equipos deben anticipar mayor carga asistencial por el crecimiento absoluto de casos, reforzar programas de gestión de la obesidad y la diabetes en IC, y ampliar la vigilancia de eventos no cardiovasculares. Integrar métricas de control de presión arterial, LDL-C, HbA1c, tasa de filtrado glomerular y albuminuria en los circuitos de calidad, junto con cribado de limitaciones funcionales, puede mejorar resultados y hacer sostenible la atención.
Referencias:
Ramón Bover Freire





























