¿Qué ocurre cuando el ejercicio físico se prescribe no solo como hábito saludable, sino como una intervención clínica ajustada a las particularidades fisiológicas de cada etapa de la vida de la mujer?
La salud cardiovascular femenina avanza entre transiciones hormonales, demandas hemodinámicas cambiantes y desafíos propios de la gestación, el posparto y la menopausia. En ese recorrido, el ejercicio emerge como una intervención terapéutica capaz de modificar riesgo, mejorar capacidad funcional y acompañar estos procesos con seguridad. Comprender su aplicación diferenciada —desde la menstruación y la fertilidad hasta la pérdida estrogénica posmenopáusica— es fundamental para aprovechar plenamente su potencial clínico. Este documento ofrece una síntesis actualizada y práctica para guiar prescripciones individualizadas, basadas en fisiología y evidencia.
Introducción
La enfermedad cardiovascular continúa siendo la principal causa de muerte en la mujer, con particularidades epidemiológicas, fisiológicas y clínicas que justifican un enfoque diferenciado. El ejercicio físico emerge como una herramienta terapéutica de primera línea, capaz de modificar el riesgo, mejorar la capacidad funcional y modular procesos biológicos clave a lo largo del ciclo vital femenino. La prescripción, sin embargo, exige individualización estricta, conocimiento de los cambios hormonales y hemodinámicos propios de cada etapa, y atención a condiciones ginecológicas y obstétricas que pueden modificar la tolerancia al esfuerzo.
El documento original y la evidencia sintetizada en la Figura 2 permiten trazar un marco robusto de valoración, planificación y monitorización del entrenamiento en mujeres desde la edad reproductiva hasta la transición a la menopausia y la posmenopausia, incluyendo embarazo, posparto e implicaciones del complejo abdomino-pélvico.
I. Fundamentos fisiológicos y clínicos
El impacto del entrenamiento en la mujer se sostiene en tres pilares:
- Mejora de la aptitud cardiorrespiratoria, directamente vinculada con reducción de mortalidad cardiovascular y por todas las causas.
- Incremento de la fuerza y la masa muscular, esenciales en el contexto hormonal femenino por su interacción con metabolismo, salud ósea y control glucémico.
- Modulación del riesgo cardiometabólico, especialmente relevante en etapas caracterizadas por fluctuaciones hormonales (ciclo menstrual), estados hiperdinámicos (embarazo) o declive estrogénico (menopausia).
La Figura 2 ilustra de manera excepcional cómo los niveles de estrógeno, progesterona, LH y FSH modulan el rendimiento, la percepción del esfuerzo y la sintomatología. Esta variabilidad fisiológica obliga a que la prescripción no sea estática, sino adaptada a las necesidades sintomáticas de cada fase.
II. Valoración inicial y principios de prescripción
Todo programa debe comenzar con una valoración clínica integral: antecedentes cardiovasculares, hábitos de actividad, síntomas, mediciones de capacidad aeróbica y fuerza, y evaluación del complejo abdomino-pélvico cuando proceda. La prescripción se articula en torno a progresiones graduales, combinando la carga externa (volumen, velocidad, series, duración) con la carga interna (RPE, variación de FC).
Cuando no se disponga de medición objetiva de velocidad en entrenamiento de fuerza, se utilizan repeticiones en reserva y el carácter de esfuerzo, priorizando siempre la calidad técnica.
III. Ejercicio a lo largo del ciclo vital
1. Etapa reproductiva
En esta etapa, la fisiología menstrual influye tanto en el rendimiento como en la tolerancia del entrenamiento. Durante la fase folicular, el incremento progresivo de estrógenos favorece una mayor capacidad para el trabajo de resistencia y fuerza, mientras que en la fase lútea puede aparecer mayor fatiga, peor termorregulación o cambios en el humor.
La Figura 2 enfatiza que en trastornos como el síndrome de ovario poliquístico, endometriosis o síndrome premenstrual, la prescripción requiere sensibilidad clínica, priorizando la variabilidad diaria y las adaptaciones basadas en síntomas. La actividad regular se asocia con menor dolor menstrual, mayor estabilidad emocional y mejora metabólica en SOP.
2. Embarazo
El embarazo impone un aumento del gasto cardiaco del 45–50% y de la frecuencia cardiaca en torno al 15–25%. Esto convierte al ejercicio en un potente modulador de salud materno-fetal, pero exige respetar cambios hemodinámicos, mecánicos y respiratorios.
La Figura 2 detalla de forma precisa las contraindicaciones absolutas (ruptura de membranas, sangrado persistente, placenta previa ≥ semana 28, preeclampsia) y relativas (HTA gestacional, diabetes no controlada, anemia sintomática). Su identificación es obligatoria antes de iniciar o progresar un programa.

La prescripción durante el embarazo debe priorizar:
- Modalidades cíclicas de bajo impacto,
- Control del esfuerzo por RPE,
- Evitar incrementos bruscos de presión intraabdominal,
- Trabajo técnico de fuerza sin maniobras de Valsalva descontroladas,
- Evitar el decúbito supino prolongado en el tercer trimestre.
El mensaje central: mantener a la gestante activa, reducir sedestación prolongada e incorporar actividad ligera a lo largo del día.
3. Puerperio y posparto
El posparto inmediato se caracteriza por una caída de la frecuencia cardiaca y del gasto cardiaco respecto a la gestación. La recuperación del suelo pélvico y el control respiratorio son prioritarios antes de reintroducir cargas más altas.
La Figura 2 presenta un esquema ordenado del trabajo pélvico:
- Fase 1: conciencia y activación, coordinación con la respiración y progresión postural del decúbito a la bipedestación.
- Fase 2: fortalecimiento dinámico y funcional, siempre atento a signos de sobrecarga o incontinencia.
4. Transición a la menopausia y posmenopausia
El descenso estrogénico afecta el perfil lipídico, la función endotelial, la composición corporal y la densidad mineral ósea. En consecuencia, el entrenamiento de fuerza adquiere un papel central, junto con estímulos mecánicos que favorezcan salud ósea y neuromuscular.
La Figura 2 incorpora recomendaciones específicas sobre el uso de ejercicios de impacto controlado para estimular la remodelación ósea, así como trabajo de estabilidad del tronco y del suelo pélvico.
IV. Componentes del programa de entrenamiento
Entrenamiento de resistencia
Incluye modalidades continuas o fraccionadas, con progresión en tiempo e intensidad. El control puede hacerse mediante FC de reserva, VO₂ estimado o RPE, según disponibilidad.
Entrenamiento de fuerza
Debe incluir patrones fundamentales (empujes, tracciones, sentadillas, bisagra de cadera, zancadas). Se recomienda al menos 2 sesiones semanales, con porcentajes de pérdida de velocidad o repeticiones en reserva para modular la intensidad. La Figura 2 aporta tablas de volumen, series y progresión útiles para la práctica clínica.
Educación y control de síntomas
Se recomiendan estrategias de autorregulación ante dolor torácico, disnea inapropiada, mareos, sangrado anormal o signos de disfunción del suelo pélvico. Reducir la sedestación es un objetivo transversal a todas las etapas.
V. Monitorización y seguridad
La intensidad debe ajustarse con herramientas sencillas (RPE, FC), evitando compensaciones técnicas o pérdidas excesivas de velocidad. Existen señales de alarma claras que obligan a suspender y reevaluar.
VI. Impacto en la práctica clínica
La integración del ejercicio como intervención terapéutica estructurada permite abordar simultáneamente riesgo cardiovascular, salud mental, composición corporal y función musculoesquelética. En embarazo, posparto y menopausia, su impacto es especialmente significativo.
El enfoque interdisciplinario -cardiología, medicina familiar, obstetricia, fisioterapia y ejercicio terapéutico- es esencial para escalar estas recomendaciones en el ámbito poblacional.
Conclusión
El ejercicio físico constituye un recurso clínico de alto impacto en la salud cardiovascular de la mujer. Su verdadero potencial se alcanza cuando se prescribe con precisión, sensibilidad al ciclo vital y atención rigurosa al complejo abdomino-pélvico. La integración de la fisiología hormonal, los principios de entrenamiento y la vigilancia clínica continua permite optimizar resultados, reducir eventos y mejorar de forma sustancial la calidad de vida.
Referencias:
Juan José Hurtado Mendoza



























