Seguridad de la práctica de deportes de competición en pacientes portadores de un desfibrilador
Estudio observacional prospectivo donde se analizó la seguridad del ejercicio de competición en pacientes a quienes se ha implantado un desfibrilador. Los autores concluyen que la mayoría de los atletas que son portadores de un desfibrilador pueden animarse a realizar deportes de competición sin ningún daño físico o riesgo de que, de presentar una arritmia, el dispositivo falle en detenerla.
Las actuales recomendaciones de las principales sociedades científicas cardiológicas, tanto europeas como americanas, advierten del riesgo de la práctica deportiva tras el implante de un desfibrilador automático. De hecho, contraindican la participación en deportes más vigorosos que la práctica de los bolos o del golf. La base científica de estas recomendaciones se basa en el riesgo de fallo del desfibrilador, los daños secundarios a las arritmias o síncope y el daño del propio sistema del dispositivo. Sin embargo, la frecuencia con la que suceden estos eventos no ha sido detenidamente investigada. Para responder a esta cuestión se organizó un registro multinacional, observacional y prospectivo, que identificó el riesgo asociado con deportes de competición en aquellos pacientes que eran portadores de un desfibrilador. En total, se estudiaron 372 atletas a los que se les había implantado previamente un desfibrilador automático y que participaron en deportes organizados (n=328) o de alto riesgo (n=44), de edades comprendidas entre los 10 y 60 años. El tipo de deporte y los datos clínicos se obtuvieron mediante entrevistas telefónicas y a través de los registros médicos. Se realizó un seguimiento semestral, evaluándose los datos de revisión de los dispositivos y los eventos clínicos por dos cardiólogos especialistas en electrofisiología. La mediana de edad de los pacientes fue de 33 años (un total de 89 sujetos presentaban menos de 20 años), y el 33% fueron mujeres. Del total, 66 sujetos eran atletas de competición. La historia de arritmias ventriculares previa estaba presente en un 42%. Los deportes que con mayor frecuencia eran practicados por los participantes fueron atletismo, baloncesto y fútbol. Se realizó un seguimiento de 31 meses (rango intercuartílico 21-46), donde no se objetivaron ocurrencias de eventos clínicos (muerte o parada cardiaca resucitada por el desfibrilador). Se registraron 49 shocks en 37 participantes (10%) durante la práctica deportiva de competición, 39 shocks en 29 participantes (8%) durante otra actividad física y 33 en 24 participantes (6%) en reposo. En 8 episodios de arritmia ventricular (definida por el propio dispositivo) se recibieron múltiples shocks: 1 en reposo, 4 durante la práctica deportiva de competición y 3 durante otra actividad física. En todos ellos, el desfibrilador terminó con el evento. Además, el tiempo libre de disfunción de dispositivo fue del 97% a los 5 años del implante y de un 90% a los 10 años del mismo. Por tanto, y a la vista de los resultados comentados previamente, los autores concluyen que la mayoría de los atletas que son portadores de un desfibrilador pueden animarse a realizar deportes de competición sin ningún daño físico o riesgo de que, de presentar una arritmia, el dispositivo falle en detenerla. Los datos de este estudio son de una gran relevancia, dado el contexto actual de práctica deportiva y de las continuas noticias “sensacionalistas” en la prensa generalista acerca de los casos de muerte súbita relacionadas con la práctica deportiva de competición. Por lo menos, ya existe bibliografía y algo más de evidencia científica para poder informar a nuestros pacientes de los riesgos inherentes a realizar deporte competitivo si anteriormente se les ha implantado un desfibrilador.
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