
Desde hace medio siglo los fármacos betabloqueantes han sido una parte esencial de la terapia en la enfermedad cardiovascular. Originalmente se desarrollaron para el tratamiento de la angina y la hipertensión, aunque muy pronto resultaron esenciales para pacientes con infarto agudo de miocardio (IAM) o taquiarritmias. El entusiasmo por el uso de estos fármacos en la insuficiencia cardiaca ha ido creciendo lentamente ya que, de forma tradicional, se consideraba contraindicado el uso de fármacos con acción inotropa negativa en pacientes con función sistólica deprimida. No fue hasta 1975 cuando Finn Waagstein et al, utilizaron betabloqueantes en siete pacientes con insuficiencia cardiaca y disfunción ventricular, convencidos de que la disminución de la frecuencia cardiaca podría ser beneficiosa. Han pasado muchos años desde entonces y la evidencia positiva acumulada a favor de los betabloqueantes en el tratamiento de la insuficiencia cardiaca ha sido abrumadora como veremos más adelante. Sin embargo y aunque la tasa de prescripción ha mejorado en la última década, el número de potenciales candidatos respecto al número de pacientes tratados no es el óptimo, sobre todo en nuestro país. En el presente capítulo se describirá detalladamente la evidencia clínica acumulada sobre el tratamiento betabloqueante en presencia de disfunción sistólica del ventrículo izquierdo.
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